Entre calles y memorias, donde el mapa cobra vida - Barrio Suamox

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Desde el barrio
mapeo colectivo del Barrio Suamox

La crónica del barrio Suamox retrata un lugar que, a simple vista, parece tranquilo: calles húmedas por la lluvia, parques verdes y vecinos que salen con calma. Sin embargo, el recorrido reveló problemáticas ocultas.

“Cada calle se convierte en una historia diferente de contar”.

Por: 

Zeiry Juliana Acosta Triana 

Jessica Becerra Romero 

Laura Mariana Naranjo López 

José José Gómez Amaya 

Danna Sofia Chaparro Bernal 

Adriana Nathaly Rozo Moreno 

En el barrio Suamox, el 17 de octubre de 2025, el grupo conformado por seis estudiantes del programa de Comunicación Social de la Universidad de Boyacá realizó una visita como parte del proyecto universitario de la asignatura Comunicación y Cultura. Esta iniciativa buscaba reconocer el territorio, identificar sus problemáticas y comprender la percepción que los habitantes tienen de su entorno.

Suamox fue escogido por ser un barrio pequeño, no muy conocido, pero estratégicamente ubicado cerca de la Clínica Mediláser, la Universidad de Boyacá y varios comercios del sector. Además, cuenta con parques y espacios comunitarios que lo dotan de vida y tranquilidad. Aquella mañana, una leve llovizna había dejado las calles húmedas. El verde de los árboles y los parques resaltaba bajo la neblina, y el ambiente era sereno: apenas se escuchaban algunas voces lejanas o el sonido de las escobas barriendo las aceras.

A esas horas, pocos vecinos salían; dos o tres se acercaban a la carnicería o a la tienda de verduras, tal vez en busca de ingredientes para el almuerzo. La presencia de niños era escasa, y predominaban los universitarios que transitaban hacia sus clases, aunque algunos pequeños se dirigían al Colegio Andino, ubicado muy cerca. La mayoría de las casas son de ladrillo y pertenecen al estrato tres. Predomina la vivienda unifamiliar, lo que refuerza el carácter residencial y tranquilo del barrio.

Sin embargo, en el recorrido se evidenciaron dificultades en las vías, marcadas por huecos y grietas, y andenes cubiertos de pasto y vegetación, con tramos donde el concreto se ha levantado, dificultando el tránsito peatonal. El primer acercamiento fue visual: recorrer el barrio, identificar sus límites y comprender sus dinámicas cotidianas.

En la tienda de la señora Flor, presidenta de la Junta de Acción Comunal, se sostuvo una conversación en la que ella destacó que Suamox es un barrio muy aseado y organizado, gracias al esfuerzo colectivo de sus habitantes, quienes pagan sumas considerables por el mantenimiento y la limpieza. Durante la visita, entre las 7 y las 10 de la mañana, se observó al personal de Urbaser realizando labores de aseo en las canchas y calles, lo que reafirmó la percepción de orden y compromiso ciudadano.

Bienvenida al barrio con lugares icónicos del lugar Bienvenida al barrio con lugares icónicos del lugar 
Bienvenida al barrio con lugares icónicos del lugar 

Para profundizar en el reconocimiento del territorio, el grupo decidió dividirse en zonas con el fin de entrevistar a los vecinos y recopilar diversas miradas sobre la vida barrial. Las conversaciones giraron en torno a las razones por las cuales eligieron vivir allí, las fortalezas del barrio y también las problemáticas más sentidas, como el manejo de las heces de las mascotas, el consumo de sustancias psicoactivas en el parque y la cancha deportiva, el deterioro de los andenes y la necesidad de una mayor unión comunitaria.

Las entrevistas incluyeron a personas de distintas edades —adultos mayores, jóvenes, adolescentes, mujeres y trabajadores del sector— con el propósito de construir una mirada plural sobre Suamox. En general, los habitantes coincidieron en que el barrio es tranquilo, agradable para vivir y poco conflictivo, aunque reconocieron que sería positivo fortalecer la participación vecinal y la comunicación entre los residentes. Así, esta primera visita permitió identificar las huellas físicas y sociales del territorio, reconociendo tanto sus fortalezas como los desafíos que enfrenta.

Con estos hallazgos iniciales, el grupo planeó avanzar hacia una segunda etapa de trabajo participativo, en la que los vecinos pudieran, a través del mapeo colectivo, expresar cómo perciben y viven su propio barrio.

A medida que avanzábamos por las calles húmedas, el olor a tierra mojada y las gotas de lluvia que reposaban en cada árbol envolvían cada hogar. La calma del barrio se mezclaba con los murmullos silenciosos de los pocos vecinos que conversaban entre sí, porque sí, como en cualquier otro barrio, a simple vista es notorio que cada uno está por su lado. Aquí aplica la ley: “Si usted no se mete conmigo, pues yo tampoco lo hago.”

Aunque al principio a la gente le resultaba raro ver a unos estudiantes desconocidos preguntando por su barrio —y entre el ajetreo de la ciudad, el trabajo y la universidad—, algunos desconfiaban, otros se sentían confundidos y nerviosos, y nosotros, en medio de un lugar desconocido, no sabíamos por dónde empezar. Pero la luz al final del túnel empezaba a florecer: poco a poco los testimonios de uno que otro comenzaron a revelar verdades poco visibles, realidades que se esfumaron con el aire frío de la ciudad. Pequeños vacíos, insuficiencias que a simple vista parecen cotidianas, pero que agrietan hasta la casa más sólida.

Preocupaciones que, aunque no rompen con la tranquilidad del lugar, permanecen en la cotidianidad de los habitantes, esperando el momento para hacerse notar.

La presidenta de la Junta de Acción Comunal nos habló desde su tienda, donde las golosinas, bebidas y hasta las empanadas antojaban a quien pasara. Junto con mis compañeros tratamos de llegar a buena hora, pues la señora Flor tenía más compromisos por cumplir. A eso de las 7:30 a.m. nos encontrábamos con micrófono en mano, listos para iniciar. Con tono firme, la “profe Flor”, como es mejor conocida por sus vecinos, expresó su deseo de que el barrio siga siendo un espacio ordenado, limpio y próspero.

 Zonas verdes en perfecto orden y armonía.
Zonas verdes en perfecto orden y armonía.

Sin embargo, en medio de la charla, su voz dejó entrever un poco de frustración: “Hay poco apoyo del gobierno para los proyectos de emprendimiento. La gente quiere trabajar, pero sin recursos es difícil avanzar.” Y es así como la comunidad se siente poco respaldada por las instituciones gubernamentales, convirtiendo cada calle en una barrera constante para los pequeños cambios.

Más adelante, mientras Javier Camargo, un residente de cuatro años, realizaba ejercicio en la cancha principal junto a su perro, nos otorgó la entrevista con la condición de trotar con él mientras cumplía su rutina. Con sus gafas de running y su voz serena pero crítica, comentó que el barrio es tranquilo, que el ruido generado por los universitarios no es tan común en esa zona, y que la inseguridad a altas horas de la noche podría considerarse una problemática secundaria. Pero lo que sí ha notado es un aumento evidente y alarmante del consumo de sustancias en los parques.

“Uno ya lo normaliza,” confesó, “ya no se hace raro ver muchachos fumando en las noches.” Esa pequeña normalización es realmente preocupante, porque poco a poco va borrando los límites entre lo cotidiano y lo riesgoso.

Tania García, una joven estudiante universitaria recién llegada, también habló del parque, pero desde otra perspectiva. Para ella, el problema no es solo el consumo regular por parte de los estudiantes —que, en medio del estrés generado por sus clases, buscan un rato de relajación en el pasto, alterando no solo la tranquilidad de quienes viven allí, sino de todo aquel que pasa por el lugar—.

Para Tania y muchas chicas más que, por cuestiones académicas, salen tarde de sus clases, resulta agobiante incluso sacar a su perro. La falta de presencia policial y la poca vigilancia nocturna son, para ellas, un problema constante. “A veces uno saca el perro tarde y se encuentra con gente que no es del barrio… le dicen cosas feas, y no hay patrullas rondando,” contó con algo de incomodidad. En su relato, el parque aparece como un espacio que durante el día es el escenario perfecto para la recreación y el encuentro, pero que en las noches se transforma en un lugar oscuro e incierto.

Otra preocupación que se repetía una y otra vez durante los relatos de los vecinos fue la falta de unión comunitaria. Muchos reconocen que, con la llegada de los estudiantes y el aumento de los arriendos, el vínculo entre ellos se ha debilitado. “Antes hacíamos reuniones, ahora casi no. Cada quien vive en lo suyo,” comentó Javier. Esa distancia entre los residentes ha hecho que temas como el mantenimiento de los andenes, la iluminación o el manejo de residuos queden sin una voz contundente que reafirme el cambio.

El recorrido por el barrio dejó en el aire una mezcla de serenidad y silencio reflexivo. A medida que avanzábamos entre calles estrechas y viviendas uniformes, la sensación era la de un barrio que respira calma, pero también cierta indiferencia. En cada esquina, el tiempo parecía correr más lento, como si las rutinas se repitieran sin grandes sobresaltos, ocultando bajo esa aparente quietud los conflictos que se esconden tras las fachadas de ladrillo.

El viento frío de la mañana agitaba las hojas caídas en los andenes, y en ese murmullo de hojas y escobas podía sentirse una historia compartida: la de un territorio que busca mantener su identidad en medio de los cambios que llegan sin permiso.

El reconocimiento del espacio no solo permitió trazar los límites físicos del barrio, sino también percibir los hilos invisibles que lo sostienen. Las miradas de los transeúntes, los olores que salían de las panaderías, los colores de las fachadas: todos esos detalles fueron conformando un mapa emocional que hablaba de pertenencia, pero también de distancia. Algunos saludaban con un gesto rápido, otros simplemente observaban en silencio, como si temieran que cualquier palabra pudiera alterar el equilibrio del lugar.

Primeros trazos del territorio en el papel.
Primeros trazos del territorio en el papel.

En los parques, los rastros del uso cotidiano eran evidentes: colillas en el suelo, botellas vacías, bancos húmedos por la lluvia. Espacios que durante el día son el corazón del encuentro comunitario, pero que en las noches parecen transformarse, dejando ver una cara más oscura y solitaria del barrio.

Esa dualidad —la del lugar acogedor y, a la vez, vulnerable— se repetía en cada conversación, en cada mirada cruzada. El recorrido permitió entender que el barrio Suamox no es solo un conjunto de casas ordenadas y calles limpias; es un tejido de memorias, luchas y silencios.

Las grietas en los andenes y las luces intermitentes de las calles son también las metáforas de las fisuras sociales que atraviesan al barrio: la falta de diálogo, la distancia entre vecinos, la ausencia de espacios comunes donde se teja nuevamente la confianza. Sin embargo, entre esas grietas, también crece la esperanza.

Detrás de las ventanas se percibe el esfuerzo silencioso de quienes mantienen vivo el espíritu del lugar. Cada jardín cuidado, cada pared pintada con esmero, cada saludo tímido, es una forma de resistencia ante la desconexión. El desafío ahora no es solo comprender al barrio desde la mirada externa, sino acompañarlo desde dentro: construir con sus habitantes nuevas formas de comunicación que devuelvan la voz a un territorio que, aunque parece dormido, aún guarda el pulso de una comunidad dispuesta a renacer.

Siguiendo el recorrido por sus calles estrechas y llenas de memoria, nos encontramos con Fernando, quien me contó que los escombros se vuelven uno solo con la zona verde en la parte alta del barrio, ya que no hay autoridad o administración que controle estos desechos ni a las personas que los botan. Además, recalcó que no solo se da en la parte alta, sino que las personas aprovechan que hay huecos en las calles y los dejan en ellos, provocando que los carros que pasen por ahí pueden salir pinchados.

Problemáticas principales del barrio que disminuyen la estética y fracturan la armonía del entorno. Problemáticas principales del barrio que disminuyen la estética y fracturan la armonía del entorno.
Problemáticas principales del barrio que disminuyen la estética y fracturan la armonía del entorno.

En ese camino notamos que la malla vial en algunas partes está muy dañada, donde se reconoce la falta de atención y seguimiento que le hace la administración de la ciudad a estas vías interbarriales.

Mientras conocíamos e identificamos cada parte del barrio, encontramos a Clara, quien lleva más de diez años viviendo allí. “Miren, vienen las empresas de Claro, vienen de todas las empresas de telefonía y dejan una cantidad de cables sostenidos en un solo poste”, y agrega: “Es difícil ver mucho cable, daña el aspecto del barrio”, contó mientras nos mostraba y señalaba. Esto fue muy notorio, ya que en cada cuadra que pasamos encontrábamos un poste que no aguantaba ni un cable más, además de que existían cables sueltos.

Sin embargo, la señora Clara nos comentó que antes se conocía quién vivía cerca de cada uno y se reconocía a cada vecino, pero ahora todos son estudiantes universitarios, estudiantes que cada semestre cambian, y ya no se sabe quién vive al lado de quién. Por lo tanto, agregó que eso provoca desorden en las basuras, ya que los estudiantes no tienen tiempo o no saben cuándo y a qué hora sacarlas, porque en ninguna parte del barrio se encuentra una caneca para ello.

En esta investigación de reconocimiento del barrio, el control de basuras y escombros se vuelve un poco tedioso para los habitantes, ya que llegan a normalizar este problema. Pero, en todo lugar, se deben encontrar ciertos baches en el camino para que se pueda lograr una unión.

El barrio Suamox es más que un barrio: es una familia, son amigos, son universitarios locales y foráneos, son mascotas, zonas verdes y una quebrada poco conocida. Cada calle se convierte en una historia diferente de contar, una experiencia de seguridad y tranquilidad.

Aunque en vacaciones pueda perder el sentido al irse los universitarios, este barrio siempre resplandecerá, como en Semana Santa y sus procesiones. Pese a que este pequeño barrio se encuentra escondido entre los más grandes, siempre será uno de los tesoros ocultos de la ciudad.

Después del recorrido, y con muchas conclusiones sobre el barrio Suamox, las voces de los vecinos seguían resonando: cada testimonio, cada gesto, cada entrevista, cada silencio se convirtió en una pieza más del rompecabezas que conforma la identidad del lugar.

A simple vista, el barrio parece pequeño, pero se transforma con cada semestre, con cada nuevo rostro que llega a ocupar una habitación o abrir una tienda. Evidentemente, ya no éramos los mismos que habíamos llegado con cierta timidez horas atrás; ahora cada uno cargaba consigo una pequeña historia o un fragmento escuchado del barrio, revelado en las entrevistas realizadas durante la visita.

El barrio Suamox, más allá de sus calles con evidentes problemáticas pero con su aparente tranquilidad, se mostraba como un espacio lleno de matices. Sus habitantes, entre la rutina y la esperanza, dejaban ver el orgullo de pertenecer a un lugar que, aunque pequeño, tiene alma propia. Suamox reconoce la resistencia al cambio y la capacidad de adaptarse a nuevas dinámicas urbanas.

Durante la caminata final comprendimos que el valor del reconocimiento del territorio no radica únicamente en describir lo visible, sino en entender las historias que habitan detrás de cada fachada con grafitis, de cada casa, de cada poste lleno de cables, de cada esquina marcada por la pequeña llovizna. Todo ello guarda una memoria, un fragmento de la vida cotidiana que define a quienes llaman a este lugar su hogar y, lo más importante, memorias que se cruzan entre lo antiguo y lo nuevo.

Sus problemáticas no son ajenas a las de cualquier otro barrio urbano de Tunja —la basura, las calles llenas de huecos y los grafitis—, pero aquí cobran un matiz distinto, porque detrás de cada dificultad hay una historia de esfuerzo, de vecinos que, a pesar del cansancio o la falta de apoyo, siguen intentando mantener el orden y la convivencia. En cada palabra escuchada se percibía un deseo compartido: que el barrio siga siendo un espacio donde la convivencia y el respeto no se pierdan con el paso del tiempo.

 

Contraste entre la tranquilidad y las problemáticas del barrio.
Contraste entre la tranquilidad y las problemáticas del barrio.

Al despedirnos, quedó la sensación de haber recorrido algo más que un conjunto de calles. Habíamos caminado por un espacio vivo, que habla a quien lo escucha con atención. Suamox, con su calma y sus grietas, con su gente amable y sus silencios, nos recordó que cada territorio es un relato en construcción —y, por qué no, de aprendizajes—, y que cada paso que se da sobre su suelo deja una huella en la memoria colectiva.

Reconocerlo fue también reconocernos: entender que en esos espacios cotidianos, donde la vida se repite con aparente rutina, se esconde la esencia más profunda de lo que significa habitar, compartir y construir comunidad, barrio y respeto entre quienes lo habitan incluso en el silencio.

 

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