La máscara de la perfección: el síndrome de la niña buena
Puedo afirmar que todas las mujeres en algún momento de nuestras vidas hemos escuchado la frase "calladita te ves más bonita" o "una mujer de su casa no hace eso", aunque no lo crean. Esto promueve el "síndrome de la niña buena". (Imagen: Freepik)
Normalmente, estas conductas se incrementan en la vida adulta produciendo en nosotras el afán de recibir la aprobación de las personas a quienes consideramos figuras de autoridad, estas figuras pueden ser padres, hermanos, parejas o incluso amigos.
La máscara de la perfección: el síndrome de la niña buena
Por: Mariana Katherine Robayo
El síndrome de la niña buena no es una condición médica que afecte algún órgano en específico, sino un patrón de comportamiento psicológico que generalmente padecen mujeres a quienes en su infancia las criaron desde una posición de sumisión, enseñándoles a ser complacientes, cuidadosas y a silenciar sus opiniones para no lastimar los sentimientos del otro.
Puedo afirmar que todas las mujeres en algún momento de nuestras vidas hemos escuchado la frase "calladita te ves más bonita" o "una mujer de su casa no hace eso", aunque no lo crean. Este tipo de mensajes moldean nuestro comportamiento y promueven el "síndrome de la niña buena".
Normalmente, estas conductas se incrementan en la vida adulta produciendo en nosotras el afán de recibir la aprobación de las personas a quienes consideramos figuras de autoridad, estas figuras pueden ser padres, hermanos, parejas o incluso amigos.
Las niñas buenas queremos hacer de todo para cumplirles y solemos poner en segundo plano nuestros deseos para no incomodar a los demás; por ejemplo, si tenemos alguna discusión con nuestra pareja, preferimos guardar silencio y darle la razón para no herir sus sentimientos.
Este es un tema complejo que va más allá de una simple etiqueta. Las mujeres somos entrenadas para ser perfectas, educadas, obedientes y complacientes, en otras palabras, "niñas juiciosas". Es por eso que nos cuesta decir “no” y poner límites con los demás, nos acostumbramos a hablar bajo para no incomodar, a guardar nuestras opiniones y a huir de las situaciones de conflicto.
Tratar de cumplir con esto nos genera una gran presión que a largo plazo, y en situaciones extremas, puede llevarnos a perder nuestra identidad, ser incapaces de tomar decisiones por nuestra cuenta, generar dependencia emocional de nuestras figuras de autoridad y a ponernos en segundo plano.
¿Cómo romper el patrón?
Si bien es cierto que estas conductas se desarrollan principalmente en nuestra infancia, es importante aclarar que la responsabilidad de sanarlas y superarlas recae únicamente sobre nosotras. No podemos cambiar la forma en la que nos educaron, pero sí desaprender todas estas conductas. No hay una manera correcta de hacerlo, pero podemos empezar por analizarnos y aceptar que padecemos el síndrome de la niña buena.
Luego, eliminar la culpa que sentimos y buscar la raíz del problema, aprender a aceptar el rechazo del otro y entender que es muy difícil tener contento a todo el mundo. Salir de ese papel de mujeres sumisas, fortalecer nuestra autoestima y salir del molde. Es importante que encontremos un equilibrio en lo que queremos y en lo que quiere el otro.
Recordemos que decir “no” es un acto de autocuidado. Tenemos que dejar de responsabilizarnos de las emociones de terceros y empezar a trabajar en nuestra confianza para que cuando tengamos una situación de conflicto nos quedemos y sepamos defendernos. Claro está, sin caer en el juego de la grosería. No se trata de ser la que más grita o de tener la razón siempre. Es expresarnos de una forma asertiva y clara.
Sé que salir de ahí no es fácil, pero es la mejor decisión que se puede tomar. Es momento de soltar esa carga invisible y empezar a construir una vida por y para nosotras. Liberarnos de las expectativas hará que nuestro andar por esta tierra sea más placentero.