La deshumanización en las universidades
Según un estudio de la Asociación Estadounidense de Psicología, más del 60% de los estudiantes universitarios reportan niveles significativos de ansiedad y depresión relacionados con el estrés académico... (Una columna de opinión de María José Fajardo).
En el corazón de toda institución educativa debería latir un compromiso inquebrantable con la formación integral de sus estudiantes. Sin embargo, en las últimas décadas, hemos sido testigos de un fenómeno preocupante: la creciente deshumanización de las universidades hacia sus estudiantes, un asunto muchas veces solapado por el brillo de los avances tecnológicos y académicos. Esto plantea en mí serias preguntas sobre el verdadero propósito de la educación en nuestra sociedad.
La deshumanización en las universidades, una crisis silenciosa
En el corazón de toda institución educativa debería latir un compromiso inquebrantable con la formación integral de sus estudiantes. Sin embargo, en las últimas décadas, hemos sido testigos de un fenómeno preocupante: la creciente deshumanización de las universidades hacia sus estudiantes, un asunto muchas veces solapado por el brillo de los avances tecnológicos y académicos. Esto plantea en mí serias preguntas sobre el verdadero propósito de la educación en nuestra sociedad.
La universidad, históricamente concebida como un espacio de desarrollo no solo intelectual sino también personal, ha perdido de vista su principal misión: forjar mejores ser humanos. La presión por rankings internacionales, la competitividad exacerbada y la obsesión con la productividad académica, han transformado a las instituciones en fábricas de títulos, donde los estudiantes se convierten en números y estadísticas. Este cambio de paradigma tiene consecuencias profundas y perjudiciales.
En primer lugar, la carga académica desproporcionada, la falta de empatía, comprensión, apoyo emocional y psicológico se han convertido en una constante. Según un estudio de la Asociación Estadounidense de Psicología, más del 60% de los estudiantes universitarios reportan niveles significativos de ansiedad y depresión relacionados con el estrés académico. Las universidades, en su afán por mantener estándares elevados, olvidan que detrás de cada expediente académico hay seres humanos con necesidades emocionales y sociales. El bienestar integral del estudiante pasa a un segundo plano, y las consecuencias son visibles, hay aumento en las tasas de abandono, problemas de salud mental y una generación que se siente cada vez más desconectada y alienada.
La interacción humana es esencial para el crecimiento personal y profesional, desafortunadamente esto se ve disminuido por la implementación de métodos de enseñanza despersonalizados. Un informe del Centro Nacional para la Estadística de la Educación en EE. UU. revela que el tamaño promedio de las clases universitarias ha aumentado considerablemente en las últimas décadas, lo que dificulta la atención personalizada. El contacto directo con profesores, la mentoría y el acompañamiento minucioso se diluyen en un mar de papeleos, tecnología y falta de vocación. Las clases en línea y los cursos masivos, aunque necesarios en el contexto actual, no pueden sustituir la riqueza del intercambio humano que se da en un ámbito presencial. La falta de interacción genuina limita la capacidad de los estudiantes para desarrollar habilidades críticas como la empatía, la comunicación y el trabajo en equipo.
La excesiva manera en la que he observado la comercialización de la educación superior refuerza mi idea de que el éxito académico para las universidades se mide únicamente en términos de rendimiento económico. Un análisis de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) señala que las universidades están cada vez más enfocadas en ofrecer programas que prometen altos ingresos posgraduación, en detrimento de disciplinas humanísticas y sociales. Este enfoque reduce la educación a una transacción económica, donde el conocimiento se valora no únicamente en notas basadas desde una perspectiva muy subjetiva, sino en su capacidad de generar beneficios financieros.
Además, estudios recientes revelan que las políticas educativas contemporáneas han priorizado la eficiencia económica sobre la formación integral, dejando de lado aspectos cruciales como el bienestar emocional y el desarrollo ético. Según un artículo de Medicina Legal de Costa Rica, los estudiantes universitarios se enfrentan a un entorno académico que a menudo ignora sus necesidades emocionales y psicológicas, lo cual resulta en altos niveles de estrés y ansiedad. Este fenómeno no es exclusivo de una región; en Colombia, se ha observado una tendencia similar donde la educación se ha convertido en un producto más del mercado, afectando la calidad de vida de los estudiantes.
Para revertir esta degradante y deplorable deshumanización hacia nosotros como estudiantes, es urgente que las universidades reconsideren sus prioridades y reafirmen su compromiso con la formación integral de sus alumnos. Es necesario implementar políticas que promuevan el bienestar emocional, ofrecer espacios de acompañamiento, y fomentar una educación que valore el desarrollo humano tanto como el académico. La integración de programas de apoyo psicológico, la reducción de la carga académica y la comprensión por parte de los docentes de la importancia del bienestar psicológico y emocional por encima de una calificación cuantitativa, son los pasos indispensables hacia una universidad más humana y comprensiva.
Un ejemplo inspirador es la Universidad de Stanford, que ha implementado un programa integral de bienestar estudiantil que incluye servicios de salud mental, actividades recreativas y talleres de manejo del estrés, demostrando que es posible equilibrar la excelencia académica con el bienestar integral de los estudiantes. De manera similar, un estudio de la Universidad de La Rioja subraya la importancia de desarrollar estrategias pedagógicas que promuevan la humanización de la educación, enfatizando la necesidad de un enfoque más centrado en el alumno.
Es inevitable para mi ver esta situación como una crisis silenciosa que afecta profundamente a las nuevas generaciones. Es responsabilidad de educadores, administradores, estudiantes y sociedad en general trabajar juntos para transformar las instituciones educativas en espacios donde el conocimiento y la humanidad coexistan en armonía. Solo así podremos formar no solo profesionales competentes, sino también ciudadanos empáticos, críticos y comprometidos con el bienestar común.
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