DESPUÉS DE LA MUERTE

Fecha de Publicación
Marzo 26 de 2019
Categorías:
Comunicación Social
fotografía de un hombre tras una barra, acompañado de dos personas más.

“La muerte me habló, me acuerdo tanto que miré hacia abajo y estaba un señor vestido de negro con un perro grandotote del mismo color, se parecía a un pastor alemán. Me gritó desde abajo y me dijo "no le dije que no se subiera" ese día me habló la muerte.

“Bienvenidos, aquí nos gusta la gente optimista, alegre, amable, educada y positiva como ustedes. Gracias por la visita”.  Al entrar se observa infinidad de materiales mecánicos y eléctricos, un poco de polvo, motores, correas, tornillos de todo tipo, pero lo más llamativo de todo esto son los materiales que Marco Fidel Fonseca lleva en sus antebrazos hace treinta años.

Marco es el séptimo de nueve hermanos, llegó a este mundo el 24 el abril de 1959. Desde muy pequeño se enamoró y apreció la vida con emoción. Cuando tenía seis años, Marco, entró al mundo laboral haciendo trabajos de campo para ganar todo con esfuerzo y pasión. “Mi papá me decía quédese aquí que acá no le hace falta nada y le voy a dejar mi pensión, pero no comí de eso, le dije: mi vida es mi vida.

Paipa, es la tierra que lo vio crecer y lo formó como el hombre verraco y alegre que sigue siendo hasta hoy. A los veinte años se le daban buenas oportunidades laborales, tan buenas que en una ocasión pasó una hoja de vida y ese mismo día lo llamaron, pero no eran trabajos de “manicure” eran pesados, sentencia Marco.

“Me acuerdo tanto que nos pusieron a cargar unos palos en una empresa minera, eso la prueba fue crítica, éramos diez y no quedamos sino tres. La paga era buena, nos daban bonificación cada tres meses, es que yo trabajé de domingo a domingo todos los días hasta las diez de la noche, porque yo era el que movía todas las cosas, trabajé cuatro años y salí mamado”

Después de tanto ajetreo, Marco decide marcharse a Bogotá para trabajar con otra empresa. Todo iba bien, como viento en popa. Marco sale a vacaciones y el 13 de enero de 1984 lo contratan para hacer un trabajo independiente, arreglar unos cables de tensión en la vereda del Salitre en el municipio de Paipa.

Era sábado, las tres de la tarde, eso no se le olvida a uno nunca... Estaba haciendo un trabajo confiadamente, y preciso hermano mandaron los módulos de allí y ta, activaron la energía eléctrica, fue culpa mía porque en ese momento hay que avisar, la falla fue mía, hay que aceptarlo”.

Marco acababa de sentir 13200 volteos por todo su cuerpo, algo similar a la energía de más de diez casas, energía eléctrica suficiente para alimentar a una ciudad entera. La salida de la corriente fue por las axilas y la planta de los pies, causando ampollas y quemaduras en sus tejidos.

“La muerte me habló, me acuerdo tanto que miré hacia abajo y estaba un señor vestido de negro con un perro grandotote del mismo color, se parecía a un pastor alemán. Me gritó desde abajo y me dijo: "no le dije que no se subiera" ese día me habló la muerte. En ese momento desperté.”

Al despertar, intentó mover sus manos, pero estas no respondían, estaban totalmente inmóviles como una estatua. Las venas ya no eran de color verde sino negras como el carbón. La corriente actúo como un equipo de soldadura, y eso puede ser peor, no sale sangre, solo quema las venas, quedan incineradas. Las manos no sirvieron más.

“Mi compañero corrió como un kilómetro a pedir ayuda y cuando llegó con un grupo de hombres, esos manes quedaron temblando, es que mi compañero decía que yo echaba chispas hasta por los ojos, echaba candela, pero yo les fui indicando que hicieran para que me pudieran bajar, todo eso se demoró como una hora y media. Infortunadamente no me llevaron al hospital que debían, me llevaron al Hospital San José en Sogamoso, allá me tuvieron con sólo calmantes y poca atención, hay pocos equipos y no hay especialistas. Tuve que esperar veinte días para que asignaran una sala de cirugía y para que viniera el especialista de Bogotá. Cuando llegó el Doctor, inmediatamente ordenó mi traslado para Bogotá al Hospital Militar, allá me dijeron que el caso mío era muy duro y desafortunadamente no había nada que hacer”.

 

Los Doctores deben amputar los brazos de Marco, debido a que ya se encontraban gangrenados, podridos, de tanta agonía y espera, solo quedaron unas esperanzas quebradas. El proceso de amputación se fue dando en el corte de músculos, tendones, nervios, venas y huesos. Una de las cosas que más le dolió a Marco fue dejar el futbol, estaba atravesando por el mejor momento, “tenía un club que se llamaba club deportivo Tolucas, todos criollos del Salitre, manes duros”.

Según David Galán, médico cirujano, egresado de la Universidad de Boyacá, “Marco sufrió lesiones en el miembro superior, son lesiones por electrocución en el cual hay un compromiso de la piel del tejido celular subcutáneo y del hueso porque se clasifican como quemaduras de tercer grado. Este tipo de quemaduras crean un daño local que es significativo, por ende muchas personas pueden terminar con amputación de la extremidad, lesiones vasculares o nerviosas. Dentro de ellas es importante el grado de deformidad que puede dejar este tipo de lesiones y el grado de discapacidad que se puede manifestar con atrofia  y parálisis completa de la extremidad”.

En ocasiones, Marco siente como si sus manos todavía lo habitaran, siente que se mueven sus dedos, a esta sensación la ciencia la ha denominado síndrome del miembro fantasma. Sólo tuvo una cirugía, después de eso, vinieron las terapias, “me ponían a presionar almohadillas, cosas duritas para preparar los moñones para las prótesis”.

Dos meses  transcurrida la cirugía, lo mandaron a la calle sin prótesis. “Verraco hermano, mandarlo a la calle a uno así, pa subirse a un bus, hágame el favor y pague, incómodo, pero tocaba, todos los días salir y enfrentar lo que viniera”.

Estos días para él fueron duros ya que no era tan independiente como lo solía ser, él mismo costeó lo de su primera prótesis del brazo derecho y unas semanas más adelante la del otro. Afortunadamente Marco contó con el apoyo económico y moral de su familia, “el apoyo fue excelente, me estaban esperando cuando llegué a Paipa, me hicieron una misa y me bautizaron de nuevo, y buscaron otros dos padrinos”. Marco sentía que había vuelto a caminar hacia esa luz de esperanza. “Mi familia decidió hacer este bautizo, porque sintieron que volví a nacer, definitivamente era un milagro, es que así fue, un nacimiento después de la muerte”.

Las primeras prótesis que Marco compró le costó cada una siete millones de pesos, eso fue en 1984, actualmente están oscilando entre los treinta millones, “esto es hecho en Colombia, lo único importado es el gancho, el garfio, la tecnología de las prótesis acá son muy buenas por tantas tragedias que hemos sufrido”.

Las prótesis que tiene Marco son en forma de garfio, y su mecanismo es bastante sencillo, todo está en la guaya (cable de alambres entrelazados), funcionan en sentido contrario, o sea, la del brazo derecho funciona con el movimiento del hombro izquierdo y la del brazo izquierdo con el movimiento del hombro derecho. Pero en sí, la parte clave está en la guaya.

Amputar un miembro del cuerpo es perder una parte de la vida, pero ¿cómo será empezar a vivir con prótesis? ¿Cómo será acostumbrarse y una nueva vida? Para Marco fue, “espectacular, uno después de que las sabe manejar quiere hacer todo con ellas, la necesidad de lo personal lo lleva a uno a eso, lo primero que aprendí a hacer fue a escribir, luego ya empecé a manipular las cosas de mi rutina, lo único que me ha quedado difícil manejar son las mujeres”, se burla de su afirmación, pues su mirada expresa algo diferente.

El Club Rotary me donó las prótesis que tengo actualmente, es mi tercer par desde la cirugía. Ellos me llevaron a un concurso mundial del trabajo, quedé de cuarto. Eso fue en Girardot en el año 2000, habían participantes de Europa, Asía y América. Este Concurso se trata de la entrega al trabajo y la superación”.

Con orgullo cuenta que el primer garfio que obtuvo fue el derecho “con este aparato trabajé y pude comprar el otro”. Después de conseguir su prótesis izquierda, Marco decide renunciar y trabajar como vendedor ambulante de repuestos de carros, viajaba a Venezuela, Brasil y Panamá pasaba los productos por la frontera. Fueron tantos los viajes que realizó, que con el dinero que consiguió se hizo acreedor de la que hoy en día es su casa y su almacén de repuestos ubicado en la avenida de Paipa, el negocio “MARCO REPUESTOS” atiende todos los días de siete de la mañana a siete de la noche, con excepción de los domingos porque solo trabaja hasta las tres de la tarde.

Marco no tiene ningún tipo de vehículo, ¡es más! no le hace falta, porque por lo general la mayor parte de su tiempo la pasa dentro del almacén, él afirma que los únicos desplazamientos son al interior de la bodega que se encuentra en el fondo de este mismo local.

A Marco siempre se le encuentra atendiendo a sus clientes, no necesita la colaboración de un ayudante, lo que más vende son tuercas, tornillos, armellas, (accesorios pequeños), que se le hacen fáciles de manipular, simplemente abre en forma lateral los garfios y los sujeta, igual al mecanismo de unos alicates. A la hora de recibir el dinero, lo toma de manera diferente, las monedas las dejan en la vitrina y con el garfio izquierdo las arrastra hasta el borde, con el garfio derecho las coge en la parte donde se encuentra la cara y el sello, los billetes se los lleva directamente al bolsillo de la camisa. Lo admirable es ver como selecciona los repuestos y tornillos, tiene claro donde están y cuáles son los de cabeza plana, los hexagonales, los de rosca, en el diámetro que le soliciten. En Marco Repuestos no importa si la pieza es grande o muy pequeña bujes, correas, tapas, interruptores, allí se encuentra todo lo relacionado con partes de automotores y un amigo para asesorarlo.

Por lo general utiliza buzos y camisas leñadoras manga larga dejando notar una pequeña parte del metal de sus prótesis, al utilizar este tipo de ropa protege las extremidades de sus garfios, porque la guaya podría enredarse con algún elemento u objeto.

Para este hombre con agallas de acero, hay adversarios, varias veces han intentado robarlo, pero lo que no sabían estos ladrones es que todas las peleas para Marco han sido invictas, ya más de un contrincante ha tenido la sensación del garfio enterrado en la cabeza.

Marco Repuestos tiene una clientela fija y si es un cliente nuevo tenga por seguro que volverá. Allí la gente no solo va porque hay buenos productos también por la asesoría profesional que brinda él a sus clientes.

Fernando Garzón, propietario de un camión modelo 83 desde hace más de veinte años, visita el almacén de Marco en busca de suministros, en ocasiones puede recorrer toda la ciudad, pero solo los encuentra allí. “Sí, el man sabe tratar a la gente, es un man verraco, no creo que su discapacidad le impida hacer las cosas, da buenas asesorías, el tipo sabe lo que hace en ese negocio”.

Actualmente este luchador, convive con Olga Lucía Guerrero, su esposa desde hace más de diez años “yo la conocí aquí en la casa y nos miramos, ahí empezó, quedó flechada”, Olga cuenta “me gustó ese impulso, esas ganas de trabajar, él no se le arruga en nada, en lo personal me siento orgullosa, la frase no puedo, no existe para Marco. Recuerdo que me pidió mi número de teléfono, me comentó que él me podía ayudar a buscar trabajo en farmacias, y me dije listo, y ahí empezó la llamadera, maldita llamadera” con palabras graciosas lo expresa Olga “las llamadas eran a las cinco de la tarde entonces siempre le decía, no puedo, no tengo tiempo, yo lo vacilé como casi tres meses”.

Todos los domingos acostumbran a dar una caminata al cementerio y a ir a misa para visitar y charlar con los ángeles que los cuidan desde el más allá. Marco cuenta que en las noches ha visto el horizonte utópico de estar trabajado con sus brazos de carne y hueso, alcanza a tener una sensación de placer y éxtasis momentáneo, pero todo esto desaparece cuando el mundo real lo llama para continuar con su misión, pues según él, todos estamos en este mundo para cumplir un cometido.

Con la muerte no me he vuelto a encontrar, esa como que ya me tienen miedo”. Puede que la muerte le tenga miedo, pero con quien se encuentra cada día es con la vida, a quien le agradece infinitamente la alegría de poder presenciar un amanecer y sentir la nostalgia de despedir un atardecer, el sol se esconde y Marco espera los días con una sonrisa simpática y de vez en cuando tomando su cerveza favorita, una Águila al clima, como a él le gusta.

 

 

Por:  Nicolás Felipe Vargas y Rubén Adrián Amado

        Estudiantes de Comunicación Social.

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