Bajo el iris de los recuerdos de mamá
...La experiencia forja verdaderos sabios, pero erramos más de la cuenta para poder entenderlo...
Por: Camila Andrea Bohórquez Aunta
-Buenos días hija-, sonrió y miró alegremente a una morenita con rizos locos que, en medio de su locura, a media lengua le decía: -mamá- .
-No camine chueco- la miraba tiernamente, deseando que siempre su vida luciera derecha y, que en medio de la penumbra que a veces aparecía en su realidad, surgiera una chispa que la llevara hacia adelante, amarrada en el dinamismo con el que jugaba y con el que se tropezaba de felicidad con solo escuchar –Hola hija, ya llegué-
Rosas mezcladas entre el satín, blancas medias de cachemir, correas que atraviesan dos pies inquietos de charol y dos colitas de resorte, eran suficiente para saber que la alegría de mamá no solo se mide en el pan que se lleva debajo del brazo, sino en el amor y la ternura que forman día a día y poco a poco seres humanos increíbles.
-¿Otra vez va a trasnochar? – la miraba preocupada por el esfuerzo que le imponía a la realización de sus trabajos, por la disciplina que forjaba un ser íntegro y responsable, porque inconscientemente y a pesar de las circunstancias, se reflejaba un compromiso que solo veía en ella, una herencia invaluable de una madre que estaría dispuesta a desvelarse por ella.
- ¡No, ahí no!- los pasajes que da la vida, enfocan el recuerdo en esa pequeña casita inflable donde pasó una de las peores vergüenzas que hoy solo suscitan risas y carcajadas. –Esa china ha sido terrible- recuerdos desordenados de una terca inteligente que por tratar de demostrar que nunca se equivocaba, erraba cada vez más y más, y con un mayor trasfondo.
-A veces es necesario llorar para sacar ese dolor que llevamos dentro- la abrazaba sin cesar, siendo San Valentín de muchas decepciones amorosas, queriendo sufrir por ella esas experiencias que solo nutrirían el camino que le cuesta a la niña, aprender a afrontar las enseñanzas que le deja la vida.
-Hágame caso- sería imposible que algún día lo hicieran, pero debía decirlo, porque sin lugar a dudas, se darían cuenta que siempre tenía razón. La experiencia forja verdaderos sabios, pero erramos más de la cuenta para poder entenderlo.
-Recuerde que yo la quiero mucho- en medio un suspiro, largo y sentido, le decía cuando estaba a punto de conciliar el sueño. Sabía que era un deseo, que a partir de ese momento llenaría el alma de profunda significación. Un manifestación de cariño que incide entre las grandes proezas de poder ser MAMÁ.